15/5/11

La dama y la luz.

Ella entró escurriéndose por la puerta; a él lo encontró en el balcón, expectante, ingenuo. La Dama de la Luz flotaba entre velos que le ceñían las caderas, la cintura y sus pechos: Radiante. Él se dejó llevar por la presencia que lo inundaba de luz, no sólo los ojos, si no su mente y todo su ser. Quedando suspendido en el tiempo, quería arroparse en su luminosidad, habitar su mirada y perderse en su sonrisa. Ella le susurró:

-Vengo de paso a cantarte una canción de cuna para llevarte conmigo.

Él lo único que entendió es que, a ella, sólo podría decirle que sí, sin importar lo que le pidiera. Lo hizo flotar a la alcoba y lo tendió en la cama, le cerró los ojos casi mimándolo con su aroma. Ella nadaba en un mar de sirenas acariciándole el oído, mientras él se perdía en la noche pese a la claridad de la mañana. Y así, ahí, ella tomó el último aliento de vida de él y se lo vistió intensificando su luz. Lo dejó agonizante y complacido.

Pero eso él ya no lo vio, porque quedó perdido en el sueño de la obscuridad perpetua, creyó había sido tocado por una enviada del cielo, seguro de que Dios había dado una hija y se la había mandado para glorificarle. Ella se deslizó hacia el exterior, resplandeciente, inundando de cielo, luz y vida a un mundo que a él ya no le tocó ver; a él que se había ido con ella sin un suspiro, sin un lamento ni un dolor y sin darse cuenta.

Dicen las Parcas, Arpías y los demonios que, desde entonces, un sol luminoso camina por la tierra, mientras que en el inframundo ya no hay lugar...

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