26/4/11

La luz de su dama

Entró por la ventana y se filtró por los cristales y se esparció por toda la habitación para posarse en el lecho. La Dama de la Luz se inclinó sobre el rostro de ese hombre y acercó sus facciones a los de él. Él abrió los ojos; la luminosidad de su cuarto y el rostro angelical que tenía en frente le dieron la certeza de saber que Dios era mujer y hoy le conocía. Quedó absorto, hipnoide ante su presencia. No podía ser un ángel de belleza infinita porque sólo un Dios podía poseer tanta beldad, y tenía rostro de mujer. No podía ser un ser, porque era la misma vida brotando de sus ojos y fluyendo de sus labios entreabierto. Él sólo quiso abandonarse a ella, fundirse en su mirada y brindarle su aliento, sin importar que muriera en ello o apenas pudiera andar o se moviera aletargado con la mente en blanco de luz, de rostro divino y sin más ideas que su aparición. El creyó que soñaba y lamentó tener que despertar. Sus deseos se harían realidad.

Ella, sin apenas rozarle, inspiró absorbiéndole el aliento. Él se sofocó y se vació de sí, ni un suspiro pudo emitir ante su encanto; se sintió insuflado entre más vacío perecía. Su rostro sonrió y vio apagarse la luz mientras la dama se filtró de vuelta hacia el exterior de su alcoba y él se desvanecía en penumbra…

Cuentan los lugareños, reclusos y monjes que, desde entonces, en cada eclipse de luna, aparece sobre la comarca una aurora boreal incomprensible.

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